El arte dentro de los límites de la calidad de vida

Hugo Daniel Herrera Morales – Humanidades    

En el marco de una reflexión por la calidad de vida se hace patente la pregunta por sus límites. A partir de considerar a la calidad de vida como un dispositivo¹ del Estado que procura, dentro de su extensión bio-política, las bases para que los ciudadanos potencialicen sus capacidades recreativas y las concernientes a su bienestar físico y mental: ¿Qué estatuto puede desempeñar el arte dentro de los intereses de la calidad de vida? ¿En qué condiciones nos encontramos para poder exigir al arte una experiencia más allá de la recreatividad?  

Para  ahorrarnos la infinita discusión en torno a lo que se considera como Arte, me  limitaré a acotarlo como: las obras exhibidas en el espacio del museo. De acuerdo con lo anterior, es posible dar cuenta del destino hacia dónde se dirige este artículo, a saber, la esperanza de que el arte no se relegue a la mera contemplación y fungir así como un factor dentro de la labor de una política de calidad de vida.

Porque ¿qué es la calidad de vida, en su utilidad más cruda, sino un dispositivo capaz de fomentar, a través del arte, la creación de cuerpos dóciles capaces de continuar con la producción del capitalismo? (no es espacio aquí para defender los pros que una política así trae a la población mexicana) Planteado el problema así, la experiencia de la visita a los museos, dentro de los márgenes de la calidad de vida, se concibe como una pequeña pausa en el devenir de la producción capitalista, la suficiente para que a las personas no se les lleve al borde de una actividad sacrifical propia de la maquinaria capitalista.

Por esto es necesario partir de la reflexión sobre el arte como el mecanismo que  produce una fractura al pensamiento encerrado dentro del bucle de la cotidianidad. Se ha visto la desacreditación del arte, concebido como la fuente de pensamiento crítico, cuando se produjo su autoconsciencia de estar inserto dentro del régimen del consumo. Sin embargo,  no se ha perdido uno de los supuestos mitológicos con los que hasta hoy en día emplea sus mayores esfuerzos en conservar: la capacidad imaginativa o creativa.

Esta capacidad del arte de ausentarse de su autoreflexión y que se patentiza como el prejuicio sobre el que descansa la actividad artística, tal vez sea el supuesto sobre el que hay que partir para encontrar en el arte ese resquicio que lo restituya a una labor más allá de lo contemplativo y más acá de la mera actividad recreativa. Una labor como la que Kafka le exigía a la literatura: un puñetazo en el cráneo²Así, dentro del régimen de la calidad de vida, el arte podría ser un arma de doble filo; por un lado,  recreativo: una pausa, en su dosis necesaria, de las faenas de la producción; y por otro, una esperanza: fomentar la concepción de alternativas.

¿Cómo entendemos esta fractura, o cachetada, a la que nos puede exponer el arte? Tal vez, ya haya pasado el tiempo en el que el arte despertaba los más encarnados deseos de una revolución, y nos ha tocado presenciar la acometida del dispositivo³ en la clausura de propuestas tales como el arte por el arte de la visión romántica y el arte revolucionario propuesto por movimientos de vanguardia. Hemos escuchado hasta el mayor de nuestros hastíos la infame declaración de la muerte del arte ¡pero quién es sino el arte el portador de esa flama prometeíca que nos dota de la posibilidad de deformar y reformar lo material, y mantener el aliento necesario para, por lo menos, plantearnos cambiar el estado de cosas! Apelamos aquí a la bellísima definición de imaginación que nos da Gaston Bachelard y que está en la base del planteamiento que aquí se hace del arte :

La imaginación no es, como lo sugiere la etimología, la facultad de formar imágenes de la realidad; es la facultad de formar imágenes que sobrepasan la realidad, que cantan la realidad (…) La imaginación inventa algo más que cosas y dramas, inventa la vida nueva, inventa el espíritu nuevo; abre ojos que tienen nuevos tipos de visión. Verá si tiene “visiones”” (Bachelard, 2003, pág. 31).

 


¹(Agamben, 2011) Todo el artículo hará referencia al concepto de Agamben. Éste define al dispositivo como: “llamo dispositivo a todo aquello que tiene, de una manera u otra, la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivos” (pag. 257)
²Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leer?” “un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado en nosotros” este texto de Franz Kafka, se encuentra en una carta dirigida a su amigo Oskar Pollak fechada el 27 de enero de 1904.
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Hay que mantenernos al acecho, con los sentidos abiertos y estar dispuestos a esa fractura que nos restituya de ese insomnio que nos ha dejado varados en lo real ¡Es hora de volver a ensoñar!

Pensar la calidad de vida en un país que se tiñe de sangre, que multiplica los ritos a la sangre, se vuelve primordial para alumbrar las contradicciones de tal proyecto de la biopolítica. Por eso tenemos que encontrar la manera de que el arte nos provoque el ansia de ensoñar y desear alternativas para profanar, en este caso las zonas más perversas de la calidad de vida.


³Digo esto por las consideraciones a las que ha llegado la perspectiva contemporánea con respecto al arte, a saber: que los discursos sobre los que descansaba el arte eran determinados por las condiciones históricas  de emergencia (ideas en boga, la tekné de la época, etc.) y que sólo legitimizaban una forma hegemónica de producción artística. Al adquirir esta consciencia, el arte ha llegado a la paradoja letal: la ausencia de discurso es el discurso sobre el que actúa el arte. Esta paradoja es el dispositivo del que hablo.

Bibliografía
Agamben, G. (2011). ¿Qué es un dispositivo? Sociológica, pp. 249-264. (El artículo se puede descargar: http://www.sociologicamexico.azc.uam.mx/index.php/Sociologica/article/view/112
Bachelard, G. (2003). El agua y los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

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